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Poner a trabajar el fantasma. Sobre Egress: on Mourning, Melancholy and Mark Fisher

Matheus Calderón Torres


De la mano del best-seller Capitalist Realism (Zero Books, 2009; versión al español de Caja Negra, 2016), el fenecido teórico y crítico cultural británico Mark Fisher (1968-2017) saltó a la palestra de los rockstars de izquierda contemporánea. La capacidad de Fisher –y de su alter ego en la red, k-punk- para detectar lo libidinal,[1] aquellas particulares modalidades y economías del goce, y conceptualizarlo vía un pensamiento estructurado que conectase fenómenos culturales populares con eventos y lógicas políticas acercaron a miles de lectores a un tipo de crítica ideológica (sin duda, deudora de Fredric Jameson) que por entretenida y pop no dejaba de ser arrolladora en muchas de sus conclusiones.

A través de las páginas del Capitalist Realism, Fisher analizó con agudeza los fenómenos de la epidemia de salud mental y la burocratización de la educación –ambos fenómenos íntimamente ligados a su propia vida como profesor de escuela terciaria y posteriormente catedrático en Goldsmiths (Universidad de Londres), y los vincula con el concepto de realismo capitalista: grosso modo, la imposibilidad de imaginar un sistema más allá del capitalismo en su forma dominante. El principal problema, como ha diagnosticado recientemente Benjamin Noys, es que la sustancia del realismo capitalista –el libro– ha quedado reducida a una frase genérica o a un eslogan.[2] Lo mismo podría decirse de cierto modo de leer a Fisher que lo reduce a un ícono, un figurín o, en el peor de los casos, directamente a un meme hauntológico o aceleracionista, ya de la mano de Ghosts of my life (Zero Books, 2014; Caja Negra, 2018) o la compilación póstuma de textos inéditos de su blog bajo el homónimo título de k-punk (Repeater Books, 2018; publicado de manera parcial al español por Caja Negra, 2019).


Egress: on mourning, melancholy and Mark Fisher, escrito por Matt Colquhoun, toma su título de una categoría que el fenecido crítico cultural elabora brevemente en su último libro publicado en vida, The Weird and the Eerie (Repeater Books, 2016; versión al español de Alpha Decay, 2018). Paradójicamente, este es el libro menos “político” de Fisher, el más ubicado en un modo tradicional de crítica literaria y a la vez con el que más podríamos vincularnos en un momento –la pandemia global de COVID-19- en el que el presente aparece como raro y el futuro se avecina espeluznante.


En un sentido primario, Egress es un intento de identificar lo político en estos modos estéticos y de plantear posibilidades de acción a partir de ello. La categoría misma de “egress”; esto es, egreso, implica un trayecto hacia un Afuera. Egreso es, por ejemplo, el paso de ciertos objetos o sujetos a realidades alternas en las narrativas de ficción extraña[3] pero egresos son también las salidas hacia discotecas y salones de baile queer o la capacidad de la música para ayudar a finalizar procesos de duelo y muerte (es decir, un pasaje hacia el Afuera desde las economías generales y modos afectivos del capitalismo). De allí que quien se acerque al libro de Colquhoun con el ánimo del fanboy emocionado por encontrar detalles personales de la vida y muerte de su héroe, o peor aún, con la esperanza de llegar a la interpretación definitiva que logre cerrar el circuito Fisher, fracasará. Antes que escribir sobre Fisher, es un libro que intenta escribir con Fisher; antes que sobre la categoría de egreso, Egress es un libro que trata él mismo de replicar, en su escritura a ratos dislocada y desordenada, la ruta para un egreso.

Parte de esta intentona tiene que ver con la posición desde la que escribe Colquhoun: estudiante de Fisher en Goldsmiths al momento de su muerte, y al igual que k-punk, un estajanovita bloguero bajo el alias de Xenogoth. Es, sin duda, un libro sobre la pérdida de Mark Fisher y sobre cómo esta pérdida afectó a Colquhoun y a la comunidad formada alrededor de Fisher en la universidad de Goldsmiths. Es un libro que intenta, tanto en su producción como en su contenido, hacer productivo el proceso de duelo, formar comunidad alrededor de él, egresar.

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Organizado en un prólogo, seis capítulos, un epílogo y una adenda, en Egress Colquhoun rastrea una topología del adentro y el afuera en el pensamiento de Fisher, y se pregunta por las formas de generar una colectividad tal que permita el pasaje al exterior del capitalismo. Siguiendo la senda de Fisher, nos brinda ejemplos de rico análisis cultural de productos audiovisuales contemporáneos, nos sitúa en el corazón del debate sobre el aceleracionismo (visto aquí como una respuesta al momento hauntológico) -lo que implica revisar de manera honesta la obra del teórico Nick Land, cada vez más venido a menos por un evidente racismo-. La experiencia del luto y la pérdida, a su vez, dispara una reflexión sobre la melancolía de izquierdas e indaga sobre la posibilidad de construir una comunidad marcada por la ruptura, siempre imperfecta, siempre a la vez por venir y ya desaparecida. Es en esta tensión que Colquhoun propone una inversión de la figura del espectro del comunismo, para pensarlo no como aquello perdido y clausurado para siempre, sino como una potencialidad que puede abrir futuros. Es precisamente en el último capítulo que Egress se ocupa del concepto no finalizado de comunismo ácido[4]: un neologismo fisheriano del mismo linaje de la “psicodelia digital” y el “comunismo de diseñador” –intentos de superar la melancolía de izquierdas- que busca aprovechar la potencia de lo ácido (una palabra que, para Colquhoun, “invoca químicos industriales, psicodélicos y varios subgéneros de la música dance”)[5] como una forma de organizar colectivamente un pasaje hacia el Afuera.

Las reflexiones de Colquhoun sobre el luto, la muerte y la comunidad, humana o no humana, afectada por la muerte, la herida o la incompletitud, presentan a una plétora de pensadores que van desde Haraway y van Dooren, autorxs que escriben desde la biología y la ecología hasta Bataille, Blanchot y Badiou, afiliados al denso clima filosófico francés. Aunque desperdigadas por todo el libro y a veces desordenadas, esas reflexiones permiten también pensar nuestra propia situación local: afectados por la muerte de la pandemia global que ataca con más fuerza al Sur, enclaustrados en nuestras casas por la cuarentena, sin poder afirmar nuestros lazos de solidaridad o siquiera despedirnos de quienes nos dejan. ¿Cómo desarrollar un sentido de comunidad nacida de este dolor? ¿Cómo politizar este proceso de duelo comunitario hacia nuevas y urgentes demandas de emancipación al tiempo que nos reconciliamos con la muerte? ¿Cómo, para robar el título de Donna Haraway una vez más, generamos parentesco en el Cthulhuceno?[6]

En esa misma línea, uno de los puntos más productivos del libro puede encontrarse en las reflexiones que se realizan sobre el rol de la conciencia y el inconsciente frente a los procesos de emancipación. Vale aquí trazar la ruta de Colquhoun. El autor elabora sobre un texto de Fisher sobre la popular serie Westworld, donde robots con inteligencia artificial terminan por protagonizar una rebelión contra los humanos. No obstante, tal rebelión es solo posible después de una actualización a su sistema operativo, una actualización que les permite recordar la violencia a la que son sometidos cada día por los humanos en el mundo simulado que habitan. Aquí el fenecido crítico británico remarcaba la diferencia entre la “toma de conciencia” –una conciencia que, dada su inteligencia artificial, los robots ya poseían- y la “toma de inconsciente”–un inconsciente producido recién cuando recuerdan, gracias a la actualización de su sistema, una violencia repetitiva y penetrante ejercida por los humanos en su contra-. Es la toma de inconsciente (que los robots experimentan en un modo similar a los demasiado humanos ataques de ansiedad, síndrome de estrés postraumático y colapsos mentales) la que no solo despierta la posibilidad de la emancipación, sino también la que permite establecer nuevos lazos solidarios con agentes sometidos a opresiones varias.

A partir de allí, y echando mano del análisis de figuras del “otro” en la literatura en lengua inglesa (el Hombre Negro –el afrodescendiente, el “deseo que le es ajeno al hombre blanco”; el Hombre Rojo –el nativoamericano, el “saber que le es ajeno al hombre blanco”), Colquhoun vincula esta toma de inconsciente con las posibilidades políticas de las líneas de fuga planteadas por Deleuze y Guattari, y con el glitch, el error cibernético que, no obstante, permite hacernos conscientes del sistema en el que estamos inmersos. Se trata de volver productivo tal punto de quiebre: este es el momento en donde el colapso mental, el breakdown, se transforma en un breakthrough, un atravesamiento hacia un espacio de novedad y descubrimiento.[7]

La cuestión planteada por Colquhoun se vuelve particularmente pertinente de cara a los conflictos sociales de naturaleza clasista y racista de las últimas semanas que han quedado expuestos por la pandemia de COVID-19 y el asesinato de George Floyd, cada uno de ellos, una suerte de figuración contemporánea de los eventos del fin del mundo: la guerra bacteriológica mundial, el genocidio global y el colonialismo perpetrado por el supremacismo blanco. ¿Cómo superar la toma de conciencia que, en su vertiente del capitalismo comunicativo, ha sido reducida a hashtags y cuadrados negros en Instagram, a videos de jóvenes blancos declarándose en contra de la discriminación al tiempo que la reducen a una cuestión meramente moral o individual? Ya no basta ser woke,[8] y quizás nunca ha sido suficiente: como en el difundido meme que hace referencia al filme Inception de Christopher Nolan, we need to go deeper.[9]

Uno pensaría, entonces, que el papel de la izquierda contemporánea es precisamente lo que ya Deleuze había expresado; a saber, que “no se trata de reducir el inconsciente, sea por el método que sea”, sino de “producir el inconsciente” dado que “no hay un inconsciente ya disponible, sino que el inconsciente hay que producirlo, y hay que producirlo social, política, históricamente”.[10] ¿Cómo incentivar esta producción y toma de inconsciente comunitario no para eliminar o generalizar nuestras opresiones particulares, sino para forjar una solidaridad sin similitud?

Este último concepto, que Colquhoun toma de Natasha Eves, crece bajo la sombra de uno de los ensayos más mordaces de Fisher: Exiting the Vampire Castle,[11] una militante reflexión que apunta los dardos contra las luchas identitarias en desmedro de la categoría de clase y contra aquella habilidad de cierta izquierda contemporánea de extracción social burguesa (muy presente en las redes sociales) de propagar la culpa. A esta economía libidinal, notoria por participar de buena gana en las “olimpiadas de la opresión”, Fisher la denomina el Castillo de los Vampiros. La pregunta entonces es de qué modo y bajo qué contextos la toma de inconsciente –que en la práctica ha de tomar la forma de una socavación profunda, ambigua y hasta traumática de la identidad- puede tornarse una modalidad de escape del Castillo de los Vampiros, una forja de solidaridad sin similitud. La pregunta es también relevante para América y para las luchas contra la opresión de pueblos originarios, nativo-descendientes y afrodescendientes que buscan atravesar (to break through) el espectro de las políticas identitarias sin caer tampoco en el borramiento de la ideología del mestizaje. ¿En qué modos puede volcarse una toma de inconsciente contra el colonialismo y el capitalismo en su vertiente local? ¿Qué fantasmas hemos de convocar para una lucha de tal naturaleza? ¿Cómo pensar esa lucha desde los feminismos y las militancias de la disidencia LTGBI+? ¿Cuál será, de manera local y de manera global, el papel de aquellxs afectadxs por la pandemia de salud mental? ¿De qué modo desplazarnos de las políticas de la identidad a, para volver a citar a Fisher, las “políticas de la des-identidad”[12]?

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Vale la pena tomar en cuenta Egress no solamente porque se aboca por primera vez a la intimidante tarea de una comprensión de la obra de Fisher leyendo en tándem los momentos hauntológicos con los impulsos aceleracionistas del crítico cultural británico, sino porque es consciente de que tal comprensión no puede agotarse en clausurar la interpretación fisheriana, en dar una respuesta definitiva a los proyectos que quedaron abiertos tras su muerte. Al contrario, una comprensión de la obra de Fisher requiere, en esencia, pensar con él, lo que también implica cuestionar (“llamar a debate” era la frase de Blanchot) y elaborar sobre los puntos ciegos de su pensamiento.



“El pasaje hacia la cocina de  Kodwo, el día previo a la ceremonia memorial por la muerte de Mark Fisher". Matt Colquhoun, Egress: on Mourning, Melancholy and Mark Fisher. Repeater Books, 2020


Al mismo tiempo, el volumen atestigua la capacidad de Colquhoun de moverse en un terreno tenso y frágil y hacerlo de modo productivo: aquella mezcla de testimonio personal y comunitario que da paso, no sin baches ni pérdidas, a la reflexión política; pero también aquel gesto productivo de leer a Fisher –y leer con Fisher- a través de autores que, en principio, resultarían absolutamente ajenos a su tradición de pensamiento: Blanchot, Bataille, Fiedler. Es cierto que tal mezcla puede resultar a ratos irregular (el paso a veces tosco de lo académico a lo testimonial o viceversa), pero tales son también los riesgos de la función Fisher.

Con Egress, entonces, no se trata de clausurar a Fisher repitiéndolo o proponiendo una lectura definitiva de su obra, como si se tratase del Han Solo congelado en carbonita de Star Wars: Episodio V - El Imperio contraataca, para usar una imagen que el propio Colquhoun utiliza, sino más bien de egresar junto a la función Fisher, poner a trabajar sus conceptos y categorías, que el fantasma (ya sea el de Fisher o el del comunismo) deje de ser un espectro “de la pérdida” y pase a ser un espectro de la posibilidad “de lo que aún no se ha

materializado por completo”, del futuro, del Afuera.





 

[1] Power, Nina. “In memoriam Mark Fisher, January 13th”, 2018. Disponible en: https://ninapower.net/2018/01/13/in-memoriam-mark-fisher-january-13th/

[2] Noys, Benjamin. “The Breakdown of capitalist realism”, 2019. Disponible en: https://www.academia.edu/41347048/The_Breakdown_of_Capitalist_Realism

[3] En inglés, weird fiction: historias de alta abstracción que intersecan escenarios y personajes costumbristas con lógicas no racionales más propias de los cuentos de terror, fantasía o ciencia ficción. Dentro de los exponentes que inauguran la ficción extraña se encuentran Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft o Franz Kafka. [4] Fisher, Mark. “Acid Communism” en k-punk: The Collected and Unpublished Writings of Mark Fisher (2004-2016), 2018, 753-779. [5] La traducción es mía. [6] Haraway, Donna. Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, 2019. [7] De ello también se ocupa Noys en el artículo previamente citado. [8] El término “woke”, una forma del vernáculo afroestadounidense, se traduce literalmente como “despierto” o “consciente”. Originalmente designaba la experiencia de la Conciencia Negra entre miembros de la comunidad afroamericana de los Estados Unidos. En la actualidad, “woke” es más parecido al término español “progre” (con la connotación negativa de “políticamente correcto”). [9] Precisamente en este filme el inconsciente se representa como un sistema arquitectónico: a niveles más profundos o más ocultos, mayor calidad de “inconsciente”. [10] Deleuze, Gilles. “Cinco propuestas sobre el psicoanálisis”, en La isla desierta y otros textos, 2005. [11] Fisher, Mark. Exiting the Vampire Castle; publicado al español por Yanauma Ediciones, 2019. Disponible en: https://www.opendemocracy.net/en/opendemocracyuk/exiting-vampire-castle/

[12] Fisher, Mark. “Políticas de la des-identidad”, en Los fantasmas de mi vida, 2018.

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